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La Fuente Grande: eco de la memoria

La Fuente Grande sigue manando agua a la par que recuerdos. En su silencio de piedra duerme el rumor de una época en que la vida fluía con la misma naturalidad que el agua por sus canales. Los ocañenses, hijos de su sombra y su frescor, guardamos en el alma la huella de aquellos paseos sin prisa por sus inmediaciones, cuando el tiempo parecía tan ancho como el horizonte manchego.

Allí aprendimos lo que era la libertad: correr entre los muros antiguos, trepar los tejados del pórtico como si fueran montañas, perdernos en los recovecos húmedos donde el eco jugaba a repetir nuestras risas. La Fuente era entonces un mundo abierto, un territorio de aventuras donde cada piedra guardaba un misterio, y cada gota contenía un destello de infancia.

Hay fotografías que lo atestiguan: cuerpos menudos en las escaleras monumentales, sonrisas congeladas sobre el tejado, miradas asombradas ante los lavaderos vacíos. Imágenes que hoy son como hojas secas flotando sobre el agua del recuerdo, tan frágiles como queridas.

La civilización avanzó, sí, y la Fuente perdió su voz, pero no su alma. En su quietud permanece el símbolo de lo que fuimos: un pueblo unido por la ternura de sus rincones, por la certeza de que aún  la Fuente sigue viva en nosotros. Porque cada vez que la evocamos, vuelve a brotar, cristalina, en la memoria.

JR.

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